Tú mueres cuando yo lo diga.


Perdonad la espera. Ahí va mi "aporte".


Se despertó en una cama que no era la suya, un lugar extraño, desconocido, oscuro y desolador. Salió de la habitación hacia un pasillo con el suelo blanco, las paredes blancas, el techo blanco e innumerables puertas blancas. No sabía por cual decidirce, eran tantas puertas... después de un rato ya había olvidado por cual había salido él.
Hasta que abrió una puerta. Vio una habitación gris, en la cual estaba una mujer sentada en una esquina de la habitación. Ella le miró y le sonrió. Él… salió corriendo de allí y abrió otra puerta. Y allí estaba… la misma mujer, sentada en la misma esquina, que le miraba y le sonreía. Todas las puertas que abría, daban a la misma habitación donde estaba la misma mujer. Hasta que decidió entrar en la habitación. En ella solo había una mesa y una silla. Sobre la mesa había una hoja del mismo color que las paredes, el suelo, el techo y las puertas del pasillo.
Ella señaló a un cajón que había debajo de la mesita. En el cajón había una pistola, que él, debido a su curiosidad innata, no tardo en inspeccionar hasta descubrir que solo tenía una bala. Ella le dijo:
-         Dispara.
Para cuando él se dio cuenta, se estaba apuntando a la sien con la pistola. Cerró las ojos, apretándolos de desesperación, y gritó:
-         ¡¡NO!!
-         ¿No?
-         ¡No quiero morir!
-         ¿Quién te lo ha preguntado?
Se da cuenta de que ya no esta en el mismo sitio. Se extraña. Me mira y me dice:
-         ¿Quién eres?
-         La pregunta es… ¿Qué haces tú aquí?
-         No lo se… - Mira la pistola que tiene en la mano y la sujeta con firmeza, como para intimidarme - ¿Quién eres?
-         Mmmm… ¿como decírtelo sin que te sobresaltes?… ¿Tu dios quizás? No. Tu creador.
-         ¿Qué?
-         Como has escuchado. Se que no me creerás, yo me encargué de hacerte incrédulo, pero si que lo soy. Y tu estabas a punto de morir ¿Qué haces aquí?

-         Tú no tienes derecho a decidir cuando muero. De eso me encargo yo – Vuelve a mirar la pistola.
-         ¡Calla! Se que no debo preguntarte nada. Pensaba preguntarte que si eres idiota, pero de poco sirve… se que no lo eres. Vas a morir. Tienes que morir. Yo así lo he decidido y no hay más que decir.
-         ¡Estás loco!
-         ¿Si? ¿Quién te dice a ti que el loco no eres tú? ¿Y que te estas imaginando toda esta historia en al que hablas conmigo? ¿Quién te dice que no estas encerrado en un manicomio, sobrecargado de medicamentos, y que yo no soy producto de tu imaginación?
-         ¡Calla!
Levantó la pistola y me disparó. No sobrevivió. No podía. Yo no quería que lo hiciera.

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