Pequeño paraíso

Eva dormía plácidamente en la espesura del bosque; era de madrugada y los búhos entonaban una triste sinfonía. De la hoguera del día anterior, solo quedaban cenizas; por lo que la luna era la única encargada de iluminar la zona.

Adán observaba tristemente a Eva dormir, con la clara idea de que pocos meses después, no volvería a verla jamás. No era una impresión ni una idea infundada, el fin del mundo era inminente. No sabía con que extraña pretensión Eva había querido pasar sus últimos días rodeada de vegetación y animalejos; pero él, que siempre seguías sus pasos, no había sabido decir que no a sus últimos deseos.

Cuando aún estaba enfrascado en sus pensamientos, Eva despertó junto a los primeros rayo de sol y susurro un perezoso Buenos días, se puso en pie y se encaminó hacia el río para darse un baño para refrescarse. Le encantaba aquél lugar; estando allí podía fundirse y formar parte de todo lo que siempre había amado: la naturaleza. En cuanto se enteró de que el mundo estaba a puno de terminarse, supo que quería pasar su último año de vida allí. ¿Qué lugar mejor que ese? Se había pasado sus 19 años de vida rodeada de coches, asfalto y grandes y molestos edificios; necesitaba conectar de nuevo con su ser más primitivo, con su verdadero yo. Ansiaba poder correr por el bosque con total libertad, deshacerse de todos sus bienes materiales y entregarse a una vida auténtica, a una vida animal.

Tras el baño, volvió junto Adán que le esperaba sentado junto al fuego que había vuelto a encender. Se acurrucó a su lado y observó el vaivén de las llamas.

– ¿Y ahora, qué hacemos? – le preguntó sacándola de golpe de sus pensamientos.

– ¿Qué hacemos de qué? – preguntó extrañada.

– No sé… llevamos aquí una semana, tendremos que aprovechar el tiempo que nos queda, ¿no?

– Yo estoy a gusto aquí… – dijo, ensimismada por el sinuoso baile de las llamas.

– Ya, lo sé; pero yo quiero hacer otras muchas cosas.

– ¿Qué cosas?

– No sé, siempre he querido tirarme de un paracaídas, montar a caballo o, aunque suene cursi, nadar con los delfines. – Eva, como primera respuesta, rió cariñosamente y le acarició la mejilla en señal de afecto.

– Cariño, eso no son más que cosas sin importancia; empezaremos así y acabaremos persiguiendo sueños imposibles. Yo también me he quedado con ganas de hacer ciertas cosas; por ejemplo, siempre he querido ser madre, pero en menos de un año no me va a dar tiempo de nada. ¿No crees que es mejor disfrutar la vida, por muy corta que sea, y vivir felices en este pequeño paraíso que es la naturaleza?

Taty

1 comentarios:

  1. Pili dijo...

    Bueno, creo que ser madre es algo inalcanzable en un año, pero lo que él dice tampoco está tan mal... podrían hacer las dos cosas, no? Disfrutar y vivir esas "aventuras" =p

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