Un caballo difícil de doblegar

Espero, sinceramente, que esta carta sea leída por alguien, quien sea. Aunque, con todo lo que me están haciendo debo suponer que este texto será aplacado y mi voz silenciada; pero yo aún guardo la esperanza de que, tarde o temprano, mis ataduras acabarán cediendo.

Cuando miro través de la ventana, los barrotes solo me dejan ver un paisaje a trozos. No tengo permitido ver ni el amanecer ni observar las estrellas, no puedo vislumbrar las montañas por culpa de este maldito edificio y, por mucho que grite, no consigo crear eco. Es como si, de repente, me hubiese quedado muda y ciega, ya no tengo voz, ya no puedo observar la realidad. Pero, por suerte, aún puedo desvanecerme en mi misma y recordar… recordar tiempo felices en los que podía hablar, podía sentir, podía opinar… en definitiva, podía vivir.

Dicen que la sabiduría no da la felicidad; sino todo lo contrario, son más felices aquellos que no saben, que no se preocupan por saber, dado que su única preocupación es llenarse el estómago. Yo digo que mucho más doloroso es cuando sabes pero no te permiten saber, cuando te obligan a rendirte ante la ingenuidad popular, a rendirte ante una falsa felicidad. Y eso me da asco, me asquea someterme a unos ideales tan banales que no consiguen comprenderme, que ni se molestan en escucharme, que me ahogan, que me dejan sin voz de tanto gritarles lo que soy. No puedo, no puedo entregarme a unas costumbres que aborrecen al ser humano, que atentan ante su inteligencia y que no buscan otra cosa que doblegarlo obligándole a estar en una falsa harmonía con el principal y único propósito de sacar provecho de su ingenuidad.

Según ellos debería renunciar a mi voz para entregar mi alma a una fe estúpida; que sólo espera de mi que sea madre y esposa, una mujer callada, paciente y totalmente sumisa. ¡Y no quiero! Yo quiero hablar, quiero opinar, quiero discutir con los señores frailes, decirles que no pueden hablar en nombre de ninguna divinidad, que no pueden apedrear a una mujer por el simple hecho de haber sido víctima de una violación. ¡No, no y no! Ya a esto digo no.

Me da igual lo que me hagáis. Podéis encerrarme, amenazarme o torturarme, pero jamás conseguiréis hacerme cambiar de opinión. Podréis silenciar mi voz, pero no podéis, ni tenéis derecho, a controlar mis pensamientos.

Siempre fiel a mi misma,

Taty

7 comentarios:

  1. Mónica dijo...

    FANTÁSTICO. Un grito desesperado por la justicia y los derechos. Una manera muy digna de tratar el tema. Me ha encantado, Taty.

    Un besazo.

  2. Manukant dijo...

    Brutal! *-* me ha encantado :D Me recuerda a la manera de hablar de V ^^ (de V de Vendetta digo) XD

  3. Pili dijo...

    No sé porqué me he ido a la Edad Media y me he puesto en la piel de algún cautivo... bueno, en este caso cautiva. Quizás porque en cierta medida, a veces creo que estamos volviendo a las salvajadas que se cometían entonces... Triste, pero cierto...

    Me ha encantado =)

  4. Taty dijo...

    Tus intuiciones son acertadas, cuando lo escribía, tenía en mente la Edad Media; aunque no sería justo decir que se trata de un personaje medieval dado que el lenguaje no es propio de la época y mucho menos la ideología.

    Me alegro de que os haya gustado! ^^

  5. Pili dijo...

    No sé porqué me he ido directa a "Cárcel de amor" xD Será deformación profesional.

    En realidad me ha recordado al "Romance del prisionero" (Que por mayo era por mayo...) aunque no tiene mucho que ver ^^

    No me desvío de tema =p

  6. Anónimo dijo...

    Genial Taty... muy conseguido... una lucha por una causa justa y k DEBE CONTINUAR :D

  7. Josu dijo...

    ¡Me ha gustado mucho!, te animo vivamente a que sigas escribiendo textos como éste, y, recuerda, podrán silenciarte pero nunca, jamás, cambiar tus ideales.

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